7/8/17

Poética de la memoria en América Latina: memoriales, acciones y obras por las víctimas de la violencia de Estado.

Poética de la memoria en América Latina: memoriales, acciones y obras por las víctimas de la violencia de Estado. Juan-Ramón Barbancho Profesor invitado en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes Visuales. Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito. A lo largo de los siglos la violencia de Estado contra sus propios/as ciudadanos/as, y de unos estados contra otros, ha sido, desgraciadamente, una constante. Desde que conocemos la historia de los pueblos, perdida en la noche de los tiempos, tenemos constancia de luchas, conquistas, masacres, asesinatos en masa, holocaustos, crímenes de lesa humanidad. Imperio de unos contra otros por el puro afán de domino y conquista. Por el puro afán de poseer no ya sus riquezas, sino también a las personas. En el siglo XX, en todo el mundo, se han sucedido una serie de dictaduras, de uno y otro signo político, que han intentado exterminar a todas aquellas personas que supusieran una amenaza para sus intereses, que pensaran de otra forma a la oficial establecida, que echaran en cara formas torticeras a un poder ilegítimamente instaurado. Así se han desarrollado en muchos lugares esas masacres que tienen, desde el mando, una triple función contra la población: preventiva, punitiva y simbólica, para el control de las personas, el castigo “ejemplar” y la demostración de ese poder que no se detiene ante barrera alguna. Todas esas personas que se han atrevido a decir NO han sido arrestadas, torturadas, encarceladas, asesinadas y en muchos casos sus cuerpos han sido eliminados[1] sin dejarles a las familias la triste desgracia de llorar su pérdida, de tener el desconsolado consuelo del duelo, porque cuando no hay difunto que enterrar no es posible el duelo, cuando el ser querido se encuentra desaparecido, aunque haya certeza de la muerte, no se puede dar el acto –y el efecto- del duelo, no hay lugar donde ir a llorar, no hay espacio ni tiempo para ello. En muchos de estos casos, una vez desaparecido el poder tirano, las personas, organizadas en colectivos, han reclamado de las nuevas autoridades que en aquellos lugares donde se han producido las masacres se recuerde a las víctimas, se levanten memoriales para rendir homenaje a los/as asesinados/as, se conserve la presencia de sus vidas y su lucha y sirvan como un lugar no para el rencor, pero sí para mantener viva la llama de su recuerdo y no olvidar. Mucho más en aquellos casos en los que sus cuerpos aun no han aparecido y quién sabe si aparecerán algún día. En otros casos son artistas que, a título individual, construyen su obra como una reivindicación, visibilidad y lucha por la justicia. Su trabajo, como el de los/as que trabajan en los memoriales, no debería ser considerado como como “objeto estético” sino como construcción del pensamiento, porque más que artistas trabajan como “constructores/as de sociabilidad”, porque no se constituyen como espacios determinados en un lugar concreto sino como una posibilidad de crear con el arte un momento de consuelo. Como dice la colombiana Doris Salcedo, el arte no redime pero nos hace humanos/as. Esos lugares -no monumentos- y obras construidos en tantas partes constituyen algo así como una poética de la memoria, con un poder visual que no busca tampoco ser una obra de arte (por más que lo sea), como las estatuas de las plazas, sino sólo eso, espacios para el recuerdo, recuperación y construcción que no pretende sustituir la acción de la justicia pero que en sí mismos ya son justicia por lo que tienen de reparación y dignificación. En el caso de América Latina, el particular devenir histórico de muchos de sus países en el siglo XX les ha llevado a sufrir dictaduras y enfrentamientos internos, guerras civiles, que han diezmado su población. En algunos casos las víctimas se cuentan por centenas de miles. Las atrocidades y violaciones de derechos fundamentales no dejan de asombrarnos. Después de acabado con los sistemas de gobierno injusto e ilegítimo, como digo, se han erigido esos memoriales, en algunos casos en los mismos lugares de detención y tortura. Muchos de estos espacios para el recuerdo, construidos en su mayoría como iniciativas comunitarias con el apoyo de instituciones nacionales e internacionales, han sido llevados a cabo por diferentes artistas visuales. Ciertamente la intención no es en ningún caso crear una obra de arte, como digo, no al menos tal cual esto se puede entender de una forma coloquial o al uso. Más bien es crear o contribuir a realizar esos espacios para la memoria, una “obra de arte” como constructo social, como construcción de un pensamiento, como espacio comunitario donde nos sea a todos y a todas estar y reconocernos como seres humanos, tal vez sí como obra de arte público en su sentido más profundo sentido, donde los/as ciudadanos/as puedan estar y construir una nueva forma de sociabilidad, mucho más si tenemos en cuenta la razón por la que se crean, para la memoria de víctimas y familias (otra forma de ser víctimas) y también para la reconciliación, aunque nunca para el olvido ni para la justificación de los hechos. Por lo tanto, si los queremos considerar como “obra de arte” tendremos que hacerlo como un arte social que no busca una representación/satisfacción estética sino una, como digo, construcción social. Además de los memoriales, alzados en estos países que han sufrido el látigo de las dictaduras y/o la violencia, espacialmente Chile, Argentina, Perú y Colombia, hay artistas y colectivos que se han sumado a estos intereses construyendo obras y acciones que abogan no sólo por la visibilidad de las víctimas sino por contribuir a que las familias, ya que no pueden tener un duelo por sus muertos/as y desaparecidos/as, sí que al menos puedan tener un lugar donde estar con ellos/as. Sin duda, y por desgracia, Chile se ha convertido en uno de esos países imagen de la brutalidad de la dictadura en las últimas décadas del siglo pasado. Por esta razón son muchos los lugares donde se han creado espacios para el recuerdo de las víctimas. Uno de ellos es el Memorial del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político, en Santiago, creado en el patio 102 del Cementerio General de Chile, un lugar en donde deberían haberse enterrado, al menos, los/as asesinados/as para que las familias pudieran tener el triste consuelo de ir a llorarlos, pero en la mayoría de los casos no fue así, simplemente desparecieron o fueron “enterrados” en el mar. Fue inaugurado el 26 de febrero de 1994 y en su construcción colaboraron los artistas Claudio di Girolamo, Nemesio Antúnez y Francisco Cacitúa. Elaborado en mármol, una frase actúa como llamada de atención, recibimiento y recordatorio: Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las rocas, al mar, a las montañas... Centrando el espacio hay un busto del presidente Allende y a sus lados los nombres de los/as asesinados/as, a la izquierda los/as desaparecidos/as y a la derecha los/as ejecutados/as. Delante se colocaron dos esculturas de Gacitúa, un hombre y una mujer con los ojos cerrados, como no queriendo ver la barbarie. Otro es Mujeres en la Memoria, que se construyó en Santiago de Chile en 2006 para crear un lugar en que se recordara específicamente a las mujeres que dieron su vida por la libertad y en contra de la dictadura de Pinochet, ciento dieciocho ejecutadas, setenta y dos desaparecidas y un sin número de metidas presas injustamente, perseguidas, torturadas y muchas más que tuvieron que partir al exilio. Así, la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas convocó un concurso para crear este memorial, situado casi al lado del emblemático Palacio de la Moneda. Fue realizado por los arquitectos Emilio Marín y Nicolás Norero. No sólo es un lugar para recordar a las que dieron su vida o sufrieron las vejaciones, sino también para poner de manifiesto cómo muchas mujeres, en Chile y en otros sitios, han sido y son capaces de luchar y empoderarse contra la injusticia. Para que todo el mundo sepa de su testimonio y sirva de ejemplo para las generaciones venideras y agradecerles su esfuerzo. La obra es un muro semitransparente, que deja pasar la luz y ver al otro lado, al futuro, a una sociedad mejor, más justa y más igualitaria. Lo interesante, como en otros casos, es que no es un lugar para ir a ver sino para estar, reflexionar, humanizarse como decía Salcedo. El 25 de mayo de 2008 fue inaugurado el Memorial a los Detenidos, Desaparecidos y Ejecutados de Paine (Paine, Chile). Esta localidad sufrió una de las más violentas represiones durante la dictadura, con detenciones masivas, ejecuciones y desapariciones, en algunos casos de hombres de familias enteras. Fue realizado gracias al empeño de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados de Paine y mediante un concurso al que se presentaron veintinueve proyectos, siendo seleccionado finalmente el de la artista Alejandra Rudoff y los arquitectos Jorge Iglesias y Leopoldo Prat. Como el resto de los memoriales, no debe ser considerado propiamente como una obra de arte, no como un monumento, sino como un espacio para la memoria y el recuerdo, un lugar donde las familias pueden ir y estar, sentirse cerca de sus familiares desaparecidos y donde se puedan organizar actos también con este fin para la concienciación de los Derechos Humanos. Rudoff creó un gran bosque artificial con mil pilares de madera, de los cuales setenta huecos estaban vacíos, recordando la ausencia de los setenta hombres desaparecidos. En el centro se abre un espacio de doce por doce metros, un lugar abierto para el encuentro. Como una metáfora, el suelo se cubre de conchuela blanca que refleja la luz y aumenta el sonido de los pasos de los/as que por allí caminan, pasos en el silencio que aumentan la sensación de vacío. En el mismo lugar los familiares construyeron por ellos mismos un gran mosaico de cerámica donde expresan sus sentimientos y sus recuerdos. En 2005, el 11 de septiembre, fecha fatídica y señalada en la historia reciente de Chile, las calles de Santiago se vieron tomadas por un grupo de estudiantes de sociología y de artistas. Su acción, llamada Marcha Rearme, tuvo la intención de representar el bombardeo de la Casa de la Moneda, momento culmen de Golpe de Estado, visibilizando una manera diferente de recordar aquella jornada. La marcha por la ciudad no hizo el recorrido de otras, de La Moneda al cementerio sino en dirección contraria. Los/as participantes llevaban grandes fotografías del memorial instalado en el camposanto, hasta depositarlas en la fachada de palacio, con las imágenes de los/as detenidos/as y desaparecidos/as. Así la intención era traer a las víctimas hasta el lugar del gobierno y el poder político, evidenciarlas. Lamentablemente la acción no pudo ser terminada con éxito. El creador Enrique Ramírez (Santiago, Chile, 1979), que ha trabajado en numerosas ocasiones sobre este asunto, ha realizado en 2014 la obra Los Durmientes: el exilio imaginado[2], una triple proyección en la que hace una alusión directa a cómo la dictadura arrojaba al mar los cuerpos torturados y asesinados de los/as detenidos/as. Eran envueltos en telas y atados a las traveseras de las vías del tren o a los mismos raíles. La metáfora del título tiene una doble lectura, esas traveseras llamadas durmientes y a los/as propios asesinados, enterrados en el mar como eternos durmientes. En las proyecciones se ve cómo se preparaban los helicópteros y cómo se adentraban el Pacífico, cómo se lanzaban los cuerpos, cómo el mar los recibía y cómo, en alguna ocasión, los devolvía a la orilla. Una obra tremendamente poética, como todas las suyas, pero no por ello con una lectura menos terrible. Otro de estos países, asolado por la dictadura, es Argentina. En su capital, escenario como otras poblaciones de la masacre, se construyó el Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado en 1998, en el Parque de la Memoria de Buenos Aires, ubicado frente al Río de la Plata, donde la dictadura hacía desaparecer los cuerpos de los/as asesinados/as, para recordar precisamente a todos/as los/as eliminados/as por el terror, que a sí mismo se denominó como “proceso de reorganización nacional” y que duró desde 1976 hasta 1983. Descongesta, fue una instalación efímera llevada a cado en Rosario, Argentina, el 24 de marzo de 2000 por el colectivo En Trámite. Frente al edificio donde hubo un centro de detención clandestina y lugar de torturas durante la dictadura, los artistas colocaron cuarenta bloques de hielo dentro de los que habían metido zapatos, como los zapatos abandonados que se pueden encontrar en el lugar de un accidente pero también en los cementerios donde ha habido fosas comunes, abandonados como una metáfora de la muerte y desaparición de una persona. Así aparecían al derretirse el hielo, como digo frente a ese lugar donde entraban las personas, pero de donde nunca salían. También Perú ha sufrido durante décadas la violencia de Estado (1980-2000), en este caso por el enfrentamiento interno entre el Gobierno y la guerrilla. Para crear un lugar donde recordar a los/as desaparecidos se construyó en 2005, en la Alameda de la Memoria, El ojo que llora, inaugurado el 28 agosto. Creado por el arquitecto Luis Longhi y la artista Lika Mutal, se construyó como un gran laberinto circular con los caminos rodeando senderos de pequeñas piedras donde están grabados los nombres de los/as veintisiete mil desaparecidos/as y las fechas, inscripciones realizadas por la comunidad. Un recorrido donde se pueden leer esos nombres, donde cada familia puede verlos/as y recordarlos/as, y también todo el que pase por allí. En el centro, como al final de ese camino circular está El ojo que llora, una gran piedra procedente de un espacio inca recogida por la Mutal, con otra piedra menor incrustada y desde donde la que mana agua. Es la Pacha Mama, la madre tierra que llora por las víctimas y se queja de las atrocidades cometidas. Como decía antes, un espacio para estar, para caminar, para encontrarse, para la memoria y el desagravio. Colombia es otro de esos países que lleva, por desgracia, asociada la violencia y la inseguridad a su nombre. Las relaciones entre el arte y la política, o más bien el interés del arte por crear obras y espacios que aboguen por la dignificación de las víctimas, ha pasado en el país por diferentes fases, desde el año 1947 hasta la actualidad, donde se ha dado un giro hacia nuevas formas de representación donde hay una clara intención por acercarse a lo real, al hecho concreto de la violencia y el asesinato, a la desaparición, pero, como en el caso de Doris Salcedo, no buscando la representación de lo luctuoso, no ahondando en el dolor de las familias, sino construyendo una imagen desde lo poético, presentando el hecho sí, pero no reconstruyendo lo que ha causado el dolor. Como ella misma dice, las familias no necesitan revivir la muerte, sino el recuerdo del/a que se fue. De esta manera, esta nueva etapa de las relaciones entre arte y violencia se construye con y desde las comunidades, bien con una obra creada por los colectivos o el/a artista atendiendo a las vivencias de ese grupo de personas. Como digo, esta nueva etapa no es un revivir el momento de la pérdida sino construir desde conceptos claves como “reparación”, “restitución”, “activación del público”, “formación en capital (social/cultural/político)”, “construcción de memoria”, “población beneficiada”, “indicadores de impacto”, etc. En otras palabras, una nueva agenda se ha conformado en la producción artística en Colombia (...) podríamos aventurar la hipótesis de que a partir de la década del 2000 se da un nuevo giro, al que podríamos denominar “el arte como curación simbólica”, un tipo de arte en el que se reconfigura el lazo social comunitario. Este giro instaura una agenda del arte en Colombia en la que las nociones de víctima, testigo, memoria y reparación simbólica resultan centrales[3]. Uno de estos casos a los que me refiero, en el caso de Colombia, es el de Doris Salcedo[4]. Su trabajo se ha convertido en una referencia internacional en estos asuntos que me ocupan en este trabajo. Sus obras, normalmente grandes instalaciones, que se construyen desde esta perspectiva relacional, buscando no tanto una conexión con diferentes situaciones de opresión, sino tratando de evidenciarlas, de ponerlas de manifiesto a los ojos del gran público, enfrentándonos a ellas con la esperanza de poder hacernos reaccionar. Para ella el arte es forzosamente político, siempre está abriendo caminos desconocidos. Entre otros temas posibles, su trabajo se centra especialmente en la violencia política ocurrida en su país, en esa forma perversa de hacer política que hace que algunos gobernantes se crean con poder sobre las vidas de los/as demás. Desde el testimonio de las víctimas ella extrapola el mensaje de sus instalaciones hacia una memoria más amplia, hacia lo colectivo, hacia asuntos que ocurren, desgraciadamente, no sólo en Colombia sino en muchos otros lugares. Estas obras hablan de situaciones concretas, exilios, torturas, muertes… Es un asunto muy interesante porque no trata de acercarse, y acercarnos, a una situación política sino, de manera mucho más humana, a la herida, al rastro que esto deja en cada una de las víctimas: la marca indeleble de la injusticia. A través de sus intervenciones, la artista se refiere a las violencias que produce el poder, el poder que oprime, que domina y somete a la vida, al poder que estructura las formas de recuerdo y olvido, bien sea aludiendo a las víctimas de la violencias en Colombia, o a temas políticos más generales como el racismo, la inmigración, la inclusión, las desigualdades sociales o la memoria histórica[5]. Uno de estos trabajos, entre los muchos que se podrían citar, es Plegaria muda[6] que incluye la fosa común como una referencia al hecho colombiano, pero que igualmente podría hablar conflictos bélicos, como el caso de España y los/as desaparecidos/as durante y después de la Guerra Civil. En el caso de esta obra Salcedo trabajó con las madres de los/as asesinados/as –esa participación de lo comunal a que antes hacía referencia-, con ese momento en que se abre la fosa y hay que reconocer el cadáver. Ciento sesenta y seis piezas, mesas invertidas sobre otras puestas correctamente, que conforma una suerte de cementerio. Entre unas y otras crece la hierba, como una imagen de esperanza tal vez. La vida, a pesar de todo, se abre paso. Es una reflexión bien interesante porque este tipo de arte no trata de rendir un homenaje, no es un monumento conmemorativo (ya comentaba al principio que no es el interés de este tipo de trabajos); más bien lo que busca es cubrir o representar la ausencia. Siguiendo con los conflictos y las víctimas en Colombia, en Trujillo se dio entre 1986 y 1994 una tremenda masacre que dejó doscientos cuarenta y cinco muertos, perpetrados por grupos paramilitares y que se extendió más allá de estos ocho años con los atentados de grupos armados como el ELN y los problemas derivados del narco. Para realizar un tributo a estas víctimas los artistas Gabriel Posada y Yorlady Ruiz realizaron en 2008, 2009, 2010 y 2012 la performance-instalación Magdalenas por el Cauca, con la particularidad de que se recordaba tanto a las víctimas como a sus madres, mártires también y que son las grandes luchadoras por la justicia. Fue a las orillas del río Cauca donde se dieron las masacres y participaron en el trabajo las comunidades de Trujillo y Cartago. La obra consistió en la fabricación de unas balsas sobre las que iban las fotografías de los/as desaparecidos/as y sus madres, que navegaban por el río, como en un rito de entierro y purificación, como por el mismo lugar flotaron los cadáveres. A la vez, los artistas realizaban la performance recordando la famosa historia de La llorona. Siguiendo con la idea de lo comunal como creador, el grupo del Costurero Tejedoras por la Memoria de Sonsón (Antioquía) realizó entre 2009 y 2014 el trabajo Nunca más: Voces y materialidades de la memoria, en colaboración con el grupo de investigación Cultura, Violencia y Territorio, perteneciente al Instituto de Estudios Regionales, INER, de la Universidad de Antioquia. Las obras conforman un gran tapiz de vivos colores, con veinticinco piezas, como para exorcizar el sufrimiento, contarlo y desear que nunca más vuelva a pasar. Un trabajo de las mujeres, la costura y el taller, al que se unieron fotografías y material audiovisual. Como podemos ver, tanto en los trabajos individuales realizados por diferentes artistas como en los realizados por la comunidad, en las iniciativas particulares y en aquellas que han sido impulsadas por los gobiernos o instituciones internacionales, la idea de la memoria y la reparación está presente en todas las obras aquí presentadas –y en muchas más en otros países que han sufrido la violencia- con el claro y fuerte interés de denunciar estos hechos delictivos perpetrados por gobiernos ilegítimos, por grupos guerrilleros y otras fuerzas armadas, pero también por un deseo y necesidad de las familias de encontrar una vía para manifestar su sufrimiento, la expresión de su dolor por los/as muertos/as y desaparecidos/as, mucho más en los casos en que los cadáveres no hay sido aun recuperados. Construir un lugar, especialmente en el caso de los memoriales, donde se pueda ir a “estar” con las víctimas, honrar su memoria ya que no se ha tenido la triste posibilidad de realizar un enterramiento adecuado y vivir el duelo. El arte, ese arte como constructo social y esos/as artistas como creadores/as de sociabilidad, tiene esa posibilidad de transformar en imágenes, en palabras, en acciones, en objetos, en espacios esos recuerdos y ese deseo de justicia y memoria, pero tal vez no como una acción de reconstruir el momento de la pérdida y el sufrimiento (las familias no necesitan eso), no como una posibilidad de duelo que es imposible, no como un reabrir heridas que nunca se van a cerrar sino, como decía Salcedo, como una posibilidad de humanidad. Catherine Poncin, “Cuando el retablo se vuelve archivo de un presente” (2015) Se llama Nariño y es unos de los territorios en guerra dentro del conflicto colombiano. https://vimeo.com/124514539 Monumento de Trujillo, Valle del Cauca y el Salón del Nunca Más de Granada, Antioquia [1] Para esos poderes injustos, la ausencia del cadáver elimina el delito, o así lo pretenden. [2] Fue expuesta en 2015 en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago. [3] Rubiano, Elkin (2015/08/19) El arte en el contexto de la violencia contemporánea en Colombia. Esferapública. [4] Parte de estas reflexiones sobre la obra de Salcedo que ahora hago fueron publicadas en el artículo Arte social y político: hacia un arte contextual, publicado en la revista Laocoonte. VOL. I • Nº 1 • 2014. [5] http://perspectivasesteticas.blogspot.com.es/2012/05/doris-salcedo-y-el-arte-en-un-contexto.html [6] Fue creada entre 2008 y 2010 y ha sido expuesta en varias ocasiones.